La normalidad de estar rotos

Nos esforzamos tanto en repararnos que no nos damos cuenta de que no pasa nada por estar un poco rotos.

1 diciembre 2021 ·
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Los medios de comunicación y las redes se llenan de artículos sobre salud mental y superación de situaciones extremas. Unos desde la más que necesaria perspectiva psicológica, pero otros desde el absurdismo del positivismo. Se leen algunos comentarios, bienintencionados, en artículos o redes sociales cargados de un optimismo vomitivo que te empuja más a pegarte un tiro que a otra cosa. No esperéis de estas líneas una oda a la vida o a fingir que vivimos en los mundos de Yupi. Para eso están otros. Prefiero reafirmar la realidad empírica de la vida, que es vivir bajo el paraguas de la derrota. En la vida existen éxitos, pero uno por cada mil fracasos. La gestión de la derrota es la fina línea entre vivir la esperanza de las ilusiones o tirarte de un sexto piso. Y bajo esas condiciones hay que tener en cuenta el principal condicionante exógeno que te hace estar a uno u otro lado de la línea: la vida social.

Nos esforzamos tanto en repararnos que no nos damos cuenta de que no pasa nada por estar un poco rotos. No hay personas sanas en una sociedad enferma. Las redes sociales son el escenario perfecto de la escenificación. En cada red social se utiliza una máscara diferente. Así lo denominaría el sociólogo norteamericano Erving Goffman con sus máscaras sociales. Cada una tiene la función de una realidad diferente. Twitter para la guerra, Instagram para la apariencia, TikTok para las vergüenzas. La comunicación del éxito en las redes es más acuciante que la del fracaso. Entonces solo vemos la falsa apariencia de que nadie fracasa salvo nosotros. Pero realmente nadie está a salvo de los fantasmas del miedo.

Cada persona con la que nos topamos ha librado o sigue librando una batalla contra sí misma.

Lo único real en la experiencia de la vida son las hostias. Pero nadie nos ha enseñado a gestionarlas. Solo nos enseñan la importancia del éxito. Un éxito dirigido, no a tus anhelos, sino a los impuestos socialmente. Salirte del guion social probablemente te haga más infeliz, pero serás más auténtica/o. Tampoco es fácil administrar una ilusión por la vida en un mundo donde las malas noticias son la norma, donde parece que la única solución a la barbarie es que un meteorito nos evapore. Evadirse de la sobreinformación, del golpeo constante de las notificaciones de las aplicaciones e irte a la sierra a desconectar de todo a veces es el mejor ejercicio terapéutico que se puede hacer.

Como seres sociales el entorno social es un miembro invisible que une nuestros cuerpos con los otros y las otras. Quienes formen parte de ese entorno influirá en cómo te construyas. Una construcción que servirá para definirte o para destruirte. Cuando el mundo de uno se desmorona siempre se tiene la necesidad innata de acudir a los otros. En busca de ayuda, comprensión o afecto. La escapada social, el aislarse con los monstruos de uno mismo conduce poco a poco a la apatía, a la derrota. El conectar con los otros, sentirse uno más y comprendido ante las situaciones difíciles, es el pilar fundamental por el que construir la recuperación de uno/a mismo. Siempre hay alternativa al abismo, a la autodestrucción, entendiendo el hecho irrefutable de que te podrás curar, pero siempre te quedarán cicatrices.

Con quien te relaciones definirá tu recuperación o tu autodestrucción.

Nos encontramos en un escenario en el que se ha normalizado la derrota. Romperse es lo común. Y parece que solo queda tomárselo con humor, aunque por dentro el alma esté roto. El miedo se encuentra en cada extremidad. En cada rincón del cuerpo y de la mente. Miedo a abrirse, a expresarse, a comunicarse. Miedo a sentir. Todos tenemos miedo. A lo que los otros piensen de nosotros. A no cagarla, a volver a fracasar. Y el miedo es paralizante. Preferimos rompernos a lanzarnos, porque preferimos las hostias a nuestra manera. Hemos intentado tantas historias que finalmente eran simples ilusiones que ya no queda nada que hacer cuando todo está perdido.

Nadie nos ha enseñado nunca de gestión emocional. Ni de gestión de la derrota. Que no pasa nada por romperse, que no pasa nada por agarrar la mano de tu entorno social. Tampoco nos enseñan a escuchar. A la necesidad de ser comprendidos. A que solos jamás se superan los fantasmas. Que se corre el riesgo de convertir una mala racha en tu forma de ser. Si alguien que lee estas líneas necesita del desahogo y de la necesidad de ser escuchado/a, mi MD está abierto.

Mi generación ha crecido aprendiendo a base de caer, caer, caer y volver a caer. Las hostias han sido nuestra escuela. Ante la falta de atención pública por la salud mental y el crecimiento en el seno de una sociedad disfuncional no es sorpresivo que el suicidio sea una de las principales causas de muerte. Hoy parece que se empieza a prestar más atención a una crisis por años silenciada, que se comienzan a mover los hilos para sacar a la luz y revertir un problema estructural. Pero me temo que ya es demasiado tarde para salvarnos de nosotros mismos.

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