Mientras escribo esto miles de mujeres protestan en las calles de Kabul contra el golpe de Estado talibán que devolverá su estatus en el país a la Edad de Piedra. Los talibanes han tomado el palacio presidencial y la gente ha invadido las pistas del aeropuerto de la capital tratando de huir del país. La ciudad ha caído. Controlan la totalidad del Estado. La ofensiva fundamentalista se ha propagado por el país asiático como un virus. Conquistando ciudades y provincias, en algunos casos sin apenas resistencia. Ya han llegado a la capital. Afganistán volverá a ser escenario del régimen del terror. De su régimen, porque el terror nunca ha abandonado las calles afganas. El miedo se propaga entre la población con el amargo recuerdo que se tiene de vivir bajo una administración talibán que impone la sharía en su forma más extrema. Porque vivir en una guerra civil interminable con tropas extranjeras no ha sido nunca plato de buen gusto, pero estar bajo el yugo perpetuo de la yihad será de nuevo, sobre todo para las mujeres, la principal condena bajo el régimen del miedo.
Durante los años 80 Afganistán fue escenario de una guerra civil en donde se disputaba la hegemonía mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética en su particular guerra fría que siempre pagaban otros. Parte de Afganistán luchaba por la expulsión de la URSS de su territorio. Y contra la URSS todo valía. EEUU financiaba y entrenaba grupos muyahidines a través de sus servicios secretos en campos de entrenamiento. Uno de esos campos, tras finalizar la guerra, no se desmanteló. Pasó a llamarse Al Qaeda. El resto de combatientes muyahidines tomarán el poder de Afganistán en 1996 e impondrán el llamado régimen talibán, instaurando el fundamentalismo islámico en el país y dando cobertura a organizaciones como Al Qaeda. Estados Unidos creó un monstruo en su particular guerra contra el comunismo, pero ese monstruo acabó mordiéndoles.
Uno de los campos de entrenamiento afganos financiados por EEUU no se desmantelará y pasará a llamarse ‘La base’, Al Qaeda.
El 11 de septiembre de 2001 los dos símbolos de poder norteamericanos se derrumban. El mayor ataque terrorista de la historia dará paso a la mal llamada guerra contra el terror o guerra contra el terrorismo. La cual causará incontables pérdidas humanas y el aprovechamiento por parte de Estados Unidos y sus aliados para el expolio de Oriente Medio y Asia. El régimen talibán, dando resguardo a Osama Bin Laden y a la cúpula de Al Qaeda, se negará a entregar a éstos a las autoridades estadounidenses. Esto llevará a la invasión de Afganistán y su posterior guerra civil. En los últimos años, y pese al azote del terrorismo talibán y la corrupción política, el país asiático había dado pequeños avances en derechos, sobre todo en los referidos a los derechos de las mujeres. Todas estas conquistas serán en vano con el regreso del régimen del miedo. Las mujeres serán las principales víctimas de una ideología que tiene la misoginia como base.
Los monstruos siempre vuelven. Aún deambulan los fantasmas del miedo. Afganistán es un devorador de gigantes. Más de 20 años de guerra demuestran la incapacidad estadounidense en su política exterior. Interviniendo países para después abandonarlos a su suerte. Estos años evidencian que no se puede acabar con la ideología yihadista exclusivamente a base de bombas. Los talibanes han resistido en forma de insurgencia y ahora vuelven a convertirse en autoridad militar. De nada ha servido la guerra estadounidense. Los talibanes vuelven al poder, los derechos alcanzados desaparecerán y Bin Laden estaba en Pakistán.
Los derechos alcanzados estos últimos años se disiparán bajo el régimen talibán. Las mujeres serán las principales víctimas.
Evacuar Kabul y dar cobijo a la población civil que será presa de los fantasmas debería ser el principal objetivo de la comunidad internacional. Pero parece que, de nuevo, se mira para otro lado. Que no nos engañen los gritos de los hipócritas. Los que chillan ahora por una población civil afgana que cuando esté en nuestras fronteras rechazarán con su ya conocida xenofobia. Siempre usarán a las víctimas del terrorismo como armas políticas. La diferencia entre los hipócritas y nosotros es que recibiremos siempre con los brazos abiertos a aquellos refugiados que huyen del miedo y propondremos soluciones reales sobre una mesa en constante tensión geopolítica. El mero hecho de pensar en reconocer mínimamente al régimen talibán será suficiente como para dejar de ser decente.
Es un deber moral ser vanguardia contra el fundamentalismo yihadista de la misma manera que contra la extrema derecha y la islamofobia. Al fin y al cabo, el fundamentalismo islámico es de extrema derecha. Los talibanes toman Afganistán dos décadas después. El miedo no vuelve a las calles afganas porque nunca se fue. Lo que sí vuelven, gracias a la pasividad del Gobierno saliente y el juego político de Occidente, son unas autoridades que multiplicarán ese miedo y que sumirán Afganistán bajo su absurda y criminal visión del mundo.